El misántropo
Aunque muchos fans de Yorgos Lanthimos, próximos a la ortodoxia cinematográfica la desaprobaron, disfruté sobremanera con Pobres criaturas (Poor Things, 2023). Aquella versión libre de Frankenstein recuperaba el mito en tono de comedia y enfrentaba a una aparentemente frágil joven con el mundo entero y con sus miserias a las que derrotaría mediante sexo, inteligencia y perseverancia.
Simultáneamente ponía sobre el tapete el dilema moral y deontológico acerca de la creación humana y la posibilidad de vencer a la muerte (si se me permite el inciso, hay que decir que lo hace de un modo mucho más completo y brillante que la almidonada versión que ahora nos ha traído Guillermo Del Toro). Pobres criaturas, pese a su inclinación juguetona y a un presupuesto claramente hollywoodiense (que no sólo lucía unos brillantísmos decorados digitales sino las interpretaciones de actores reconocidos) mantenía las constantes del director de Canino (Kynodontas, 2009) en cuanto a las relaciones delimitadas por enfrentamientos de poder y sumisión, a nivel temático, y a las ritualidadades como escenificación de conceptos mentales, aunque en este caso rehuyera la cripticidad de obras previas.
Curiosamente, no pareció que los ortodoxos se interesasen por su obra posterior, Kinds of Kindness (2024), que pasó tal vez con más pena que gloria por las carteleras (aunque, lamentablemente, en la actualidad es el caso de numerosas obras notables). En este caso Lanthimos recurrió a tres narraciones, vinculadas libremente a través de una trama casi anecdótica, en las que recuperaba totalmente las ideas temáticas de identidad, sumisión/humillación e, incluso, la vida como una suerte de laberinto en el que el libre albedrío parece condicionado por factores incomprensibles. El resultado podía parecer menos brillante que su obra previa pero ello era consecuencia del contraste entre los fastos de las Pobres criaturas y la modestia de la nueva producción. Kinds of Kindness era puro Lanthimos y el absurdo de la vida se repetía en los tres capítulos que la constituían, nutrida de un conjunto de personajes cuya actitud reflejaba perfectamente el sentimiento negativo que la humanidad parece despertar en el autor.
Si algo parecía ausente, o al menos reducido, en Pobres criaturas era la misantropía que aparecía en sus obras anteriores. Tal vez los más ortodoxos decidan quedarse con Canino y Alps (2011) (cuando eran pocos los elegidos para admirarle), quizás algunos extiendan o concentren su pasión a Langosta (2015) o El sacrificio de un ciervo sagrado (2017). Pero, sin duda alguna, Bugonia se integra a la perfección en la filmografía del director griego (a quien, por cierto, dedicamos un dossier que recomendamos recuperéis si os interesa este autor) y representa, abiertamente, la misantropía de un creador a quien no le gustan demasiado muchos de sus propios personajes ni el conjunto de la humanidad.
Bugonia vuelve a contar de nuevo, como en sus dos obras previas, con una Emma Stone en estado de gracia e identificada plenamente con el proyecto creativo de Lanthimos. Frente a ella, un desbordante Jesse Plemons (que ya se luciera en Kinds of Kindness) en un papel difícil. Y menciono la palabra difícil porque es en la situación en que Lanthimos sitúa también al espectador, observando el duelo entre la razón y la locura. Plemons interpreta a Teddy, un infeliz “redneck”, pobre y empobrecido, quien tras un extraño accidente de su madre, se aficiona a las páginas sobre extraterrestres, mensajes crípticos y parapsicología, con vocación conspiranoica (un fan de Cuarto milenio, vaya). Tal es su deriva que, junto a un pariente con aun menos personalidad e inteligencia que él, deciden secuestrar a la CEO de una multinacional, convencidos de que es una alien que quiere sojuzgar la humanidad. Sigourney Weaver no lo habría hecho mejor y Stone, joven ejecutiva agresiva, mantiene el tipo brillantemente durante toda la cinta frente a las súplicas, los retos, las amenazas y, finalmente, los ataques físicos de Plemons. El duelo, orquestado por Lanthimos, intelectual y físico, pone al espectador en jaque puesto que la frialdad de Michelle no favorece en absoluto la empatía con el espectador o con posibles colaboradores, a pesar de ser la víctima. Por el contrario, el delirante ataque de Teddy, su actitud próxima a los grupos de ultraderecha reivindicadores de la pureza nacional y de la naturaleza, no produce tampoco ninguna simpatía, más que la que pueda el personaje conseguir por ser un pobre diablo baqueteado por una sociedad capitalista.
A lo largo de la cinta, un par de giros argumentales descolocarán al espectador. A la locura de Teddy, empeñado en forzar la confesión por parte de la ejecutiva de su naturaleza extraterrestre, seguirá la existencia de una madre comatosa a raíz de un ensayo clínico, patrocinado por la multinacional, raíz de la animadversión de Teddy hacia Michelle. Tales informaciones forzarán al espectador a adoptar distintos puntos de vista ante el duelo entre ambos personajes, a la par que alterará sucesivamente la posición de víctima y verdugo. Lanthimos, no obstante, consigue que no nos inclinemos por ninguno de ellos y nos hace partícipes, simpatizantes incluso, de su misantropía. Progresivamente dejaremos de ver rasgos positivos en ninguno de ellos. Como en tantas obras de Lanthimos (con la excepción de Pobres criaturas) no hay personaje positivo en esta historia. Tal vez, nadie de nosotros es reivindicable para una salvación última. No se trata aquí de un thriller dramático en el que debemos identificar un culpable, o una reflexión política-social, como pudiera suceder en los enfrentamientos de La muerte y la doncella (Death and the Maiden, Roman Polanski, 1994) o en la reciente Un accidente simple (It Was Just an Accident, Jafar Panahi, 2025). Ambos personajes son culpables, a primera vista, y lo siguen siendo transcurrida toda la trama. El tenso clímax, mantiene, sin embargo, el estilo Lanthimos, su humor negrísimo, con una dosis de absurdo elevado a altas cotas, que traerá una resolución más racional de lo que parece. Tras ella, sólo el director permanecerá indemne, con su misantropía, su mirada entomológica sobre las costumbres humanas y su filmografía, de la que Bugonia pasa a ser un nuevo, y muy destacable, eslabón. Y, tras un final arrasador, tal vez lo peor sea que debemos darle la razón.








