El debut en la dirección de Paul Schrader (que venía refrendado por su trabajo de escritura de la icónica Taxi Driver) parte de un guion a cuatro manos junto con su hermano Leonard sobre unos trabajadores en la cadena de montaje de una fábrica de coches a los que hace referencia el título (este término se emplea para referirse a los obreros y a los trabajadores de los eslabones más bajos en la cadena de mando) que deciden, tras una fiesta con mayúsculas (esto equivale a drogas y prostitutas) en el piso de uno de ellos (el único respiro que se permiten, que no es pequeño) dar un golpe robando en la caja fuerte de su propio sindicato. La película retrata a tres supervivientes que se dejan el pellejo (al final uno de ellos, literalmente) en su trabajo para que sus familias puedan subsistir. Cada uno tiene un momento en el que la gota colma su vaso, pues hacienda, las deudas o temas de salud familiares les llevan a un punto límite en el que necesitan más de lo que pueden ganar honradamente. Blue Collar nos habla de camaradería con un trasfondo social y racial y tiene un mensaje totalmente desesperanzador y pesimista, no muy alejado de la realidad, denunciando un sistema tan podrido que incluso los que se supone que tienen que defender a los trabajadores están moralmente corruptos y no se puede uno fiar de nadie en absoluto. Un sistema en el que los de arriba, de izquierdas o de derechas, patrones o sindicalistas, seguirán estando arriba mientras que los de abajo perpetuarán la lucha entre ellos mismos, mensaje reforzado por el demoledor desenlace que no hace sino mantener girando una rueda que probablemente no se parará hasta que el mundo deje de serlo. Los créditos iniciales y en general los momentos donde la cámara se recrea en el trabajo en la fábrica (mientras los altos cargos se pasean coordinando/presionando) son punteados por el Hard Working Man creado para la ocasión por Jack Nitzsche e interpretado por Don Van Vliet, más conocido como Captain Beefheart, icono de la contracultura aunque dictatorial como pocos con sus músicos, lo que no deja de ser una paradoja. Al margen del emblemático tema en sí, la partitura del film tiene momentos brillantes como aquel en que Harvey Keitel huye de sus perseguidores y la banda sonora se funde con los frenazos y los ruidos del motor. Schrader sufrió una crisis nerviosa durante un rodaje (que le hizo replantearse su futuro como director) más complicado de lo habitual, como en el fondo parece que debía ser cualquiera en el que participase un Richard Pryor consumido por la droga. El actor estaba puesto en casi cada escena de la película y llegó a apuntar al realizador con un revólver afirmando así que no iba a realizar más de tres tomas para ninguna escena. La magia del cine.
Hardcore: Un mundo oculto (Hardcore, 1979), de Paul Schrader