El resto del mundo
Eami (Paz Encina, 2022)
El cine de ficción anglosajón ha contemplado la selva americana y a sus indígenas con una mirada mayormente buenista. La ambición, avaricia o condescendencia blanca han resultado siempre en un enfrentamiento cruel en el que ambos grupos, blancos e indios acaban sufriendo. Fuera en el pasado (La misión, esa obra tan majestuosa como sobrevalorada) o en época contemporánea, en cintas dónde la aventura y el drama se imponían a la descripción naturalista (Jugando en los campos del Señor, La selva esmeralda). La sofisticada El abrazo de la serpiente nos acercó al espíritu indígena, a la dureza y la belleza de los bosques de lluvia y a sus habitantes. Se echaba en falta una mirada que integrase, sin artificios, la contemplación de la belleza natural con la lucha diaria por la supervivencia de sus habitantes, que presentase el valor de su actividad diaria en contraste con las amenazas.
Paz Encina ha ganado merecidamente el premio de la sección oficial del festival. Su mirada poética, desprovista de artificios, permite una narración en primera/tercera persona que engarza la tradición indígena con las amenazas de la (supuesta) civilización occidental. Eami nace de la oscuridad y del silencio, con un off narrativo que cuenta la vinculación, simbólica y religiosa, entre las tribus indias del Chaco, los animales y la Naturaleza en general. La génesis de la vida, prolongada en el mito fundacional. Animales como divinidades y alteridad de los individuos. Animales que son alimento y animales que tutelan… El relato se interrumpe, a la luz del día, con la llegada de maquinaria pesada que aplasta todo signo de vida. Encina opta por mezclar épocas, documental y ficción y desarrollar un ensayo poético sobre la pervivencia de ritos y costumbres de los indios ayoreo. No obstante, hay escasa visualización de sus actividades o de los embates de las industrias que destruyen el medio natural. Los huevos aplastados al inicio o el fuego que quema el bosque y destruye su hábitat son los puntos más evidentes del conflicto. En una narración difusa, ilustrada profusamente con insertos vegetales y dotada de una prodigiosa banda sonora en la que se superponen los sonidos de la selva (cantos de pájaros, susurros de viento, rugidos…), la tradición ayoreo va siendo revisada (que no explicada) por la omnipresente voz, ora joven que busca un amigo, ora india escondida, ora divinidad en pos de la redención de un pueblo amenazado. Entenderemos la importancia de los pájaros, de esos cantos que construyen la historia y la vida (curiosamente, de modo similar al narrado por Chatwin y Herzog en Los trazos de la canción y en Nomad, in the Footsteps of Bruce Chatwin) y del peligro de la asimilación cultural. Tal vez no sepamos mucho más de Eami y los ayoreo al final de la cinta. Pero la visión de la amenazada vida en el Chaco se siente tan bella como real.
Broadway (Christos Massalas, 2022)
Tras el éxito internacional (aunque sea minoritario) de Yorgos Lanthimos da la impresión que el grueso de la cinematografía griega se vuelque en comedias extravagantes, con escenas de significado enigmático y humor absurdo. Broadway está en cierto modo emparentado con esta tendencia, aunque si quisiéramos emparentarla con estilo alguno habría que decir que se trata de un noir al estilo Almodóvar o, tal vez, con el cine de Sean Baker, ambos con sus personajes perdedores, sus imágenes de suciedad colorida y sus referencias a los cambios de género. Nelly, ahijada de un magnate del papel higiénico, ejerce como pole dancer hasta ser “rescatada” por Marcos, jefe de un gang de carteristas que, entre polvo y polvo, la introduce en el negocio. La banda habita los restos del Broadway, un viejo cine que da cobijo a un peculiar grupo de delincuentes. Es allí donde Nelly conocerá a Jonás, una suerte de prisionero maltrecho que se esconde del capo mafioso local. Los bailes de Nelly y Jonas (transformado en Bárbara) serán el cebo para espectadores despistados pero también la mecha que hará saltar por los aires la relación del grupo.
Broadway funciona como retrato de grupo pero muy especialmente como relación de posibles puntos de conflicto en el mismo. Simultáneamente, la resolución se aleja de la violencia tarantiniana que pudiera desencadenarse, y se sitúa en una supervivencia tan modesta como feliz. Los elaborados encuadres, travellings y el uso del color son las claves para entender que no estamos ante una obra menor sino frente un debut tan ambicioso como conseguido.
Drown (Lim Sang-Su, 2022)
El thriller coreano se esfuerza por reinventarse, manteniéndose siempre fiel a sus características: historias opresivas, ambientes mugrientos y personajes desagradables. Drown cumple con todos los requisitos y da al espectador lo que se puede esperar de ella, una historia tensa y desazonante. Su protagonista, Do Woo, un joven con escaso nivel intelectual, convive con su madre demenciada en un viejo hotel rural. No hace falta rememorar el Motel Bates porque en este lugar los suicidas hacen cola para utilizar sus habitaciones. Podría plantearse una comedia por lo ridículo de la situación pero el director imprime suficiente fuerza a la narración para utilizar los sucios pasillos, los espacios vacíos y el conjunto del reparto y crear una pesadilla. La desaparición de la madre y la aparición de un cadáver en el bosque, la irrupción de un inquilino amenazante, los encuentros con un fontanero desagradable o con un enfermo terminal desencadenan una espiral de dudas para el protagonista y para el espectador. Sin ser una obra excepcional, Drown es un notable ejercicio que utiliza sabiamente los detalles argumentales y los espacios hasta alcanzar una escena final, tan precisa como contundente.