Contra la moral burguesa, la moral intelectual
¿Cuál es el límite entre ambas? ¿Qué usos hace la burguesía de la moral intelectual? El pensamiento progresista: mediados los años sesenta, una moral contra el consumismo, contra la guerra de Vietnam, contra la venta de nuestra humanidad como plusvalía. Una Europa convulsiva plagada de hombres que miraban con recelo el indomable desarrollo de la sociedad industrial. Miedo, desconsuelo y rabia ante lo que hoy ya es el salvajismo consumado. Arte y política, o desde dónde observar el mundo? Gran parte del pensamiento se detuvo a mirar como se rehacía el camino a la “nueva prehistoria”, donde gobiernan la lógica del clan y la ley del capital eliminan todo aquello que no produce beneficios. ¿Si no, qué otra cosa habían sido las guerras?
Para ello Godard opone el cuerpo como una mercancía a priori negociable, nadie se queda con nuestra plusvalía porque hay una decisión personal de cosificar la existencia. Otra vez el puente, la figura, pasa a ser una mujer, distante, esta vez rubia, y de mirada indiferente. Una mujer hermética que sólo él, en tanto director/creador conoce, como si en el misterio de la relación se encontrara la clave para comprender su cine/pensamiento. Ella transita la sociedad que Godard está mirando, ella se vende mientras la humanidad se prepara para el escaparate de ocasión, ella, sabiéndose un objeto, se deja perseguir desacralizando cualquier consideración. Ella va de compras, y Godard y los espectadores, la contemplamos. Ella es más liviana y ligera que el inabordable mundo al que pertenece.
Doble goce el de su cine, dado en mostrar ese contradictorio sistema de vidas paralelas que se tocan en un punto: los misterios de una relación. Lugares recónditos que sólo conocen los que la conforman, conocen —sí— pero no siempre entienden. Contra la moral burguesa Godard opone una moral intelectual. Y, entonces, si esas son las posibles reglas del juego, ¿qué, y para qué, decir de quien lo dice todo?
Desde un lugar absolutamente diferente (y no porque uno sea un documental y otro una ficción), Pasolini en Encuesta sobre el amor (1965), también cuestionaba, entre otras cosas, la estratificación social burguesa del trabajo. A la salida de una jornada laboral en una fábrica de Roma, el director pregunta a las asalariadas sobre las incompatibilidades sociales entre las distintas maneras de vender su cuerpo como herramienta de servicio/trabajo, ¿cuál es la diferencia entre una prostituta y usted? La fuerza de lo objetado, la fuerza de la película, no reside tanto en evidenciar una contradicción sino más bien en la humanidad con la que Pasolini socava el alma del conservadurismo. Encuesta sobre el amor es sobre todas las cosas un cuestionamiento, un cuestionamiento que se dispara en y hacia todos los lados de la creciente sociedad industrial. Dos o tres cosas que yo sé de ella (1966) en cambio, es una película de Godard. Su voz, el susurro que da inicio al filme, es la marca de reflexión naif del gran intelectual del cine.
¿Y el espectador, dónde queda, qué reglas debe seguir? ¿Cuáles son las marcas por dónde debemos transitar en el combate de la nueva moral propuesta, cuándo no sólo todo está dicho, sino inteligentemente interceptado?
Si el cine de Godard es lenguaje, es reflexión, es arte, es premonitorio, qué más puedo decir de quién lo dice todo? Creo que el vacío que me produce Dos o tres cosas que se de ella no es tanto la conciencia del estado de las cosas, si no más bien el lugar de vouyeur inútil en el que me sitúa el discurso intelectualizado del estado de las cosas… Es que, no hay más espacio para seguir cuando el discurso se regodea en su hermetismo…
Pues entonces, de Godard me quedo con sus misterios; que, por otra parte, no es poco.