Top 2021 – 2. El contador de cartas, de Paul Schrader

Una mano moral

El contador de cartasSe dice que todos los directores repiten la misma película. Y es plenamente lógico y lícito que así sea, permitiendo a los autores expresar sus preocupaciones o propuestas. En el caso de Paul Schrader un tema recurrente es la redención. Sus personajes caídos vagan en desiertos morales, llenos de tentaciones y amenazas, hasta alcanzar una posible vía de salvación. Es el caso de Travis Bickle o de Cristo, en sus guiones escritos para Scorsese, y de muchos de los personajes de sus propias películas. Algunos conseguirán la deseada redención como es el caso de John Le Tour de Posibilidad de escape (Light Sleeper, 1992), otros se perderán en el intento como le sucede a Wade Whitehouse en Aflicción (Affliction, 1997) y algunos quedan en una situación extraña, a medio camino de la consecución de su objetivo, en una suerte de ambiguo limbo como les sucede a Evan Lake en Dark (2017) y tal vez a Erns Toller en El reverendo (First Reformed, 2017). Todos ellos se mueven en claroscuros morales y legales y serán más los primeros que los segundos los que les desencadenen un conflicto interior que resuena en el contexto vital. En El contador de cartas dos personajes se enfrentan a tales situaciones asumiendo acciones diferentes y con consecuencias diversas.

William Tell, el contador de cartas, adopta una estrategia peculiar para evitar el conflicto. Su existencia es premeditadamente rutinaria. No hay objetivo claro, no hay relaciones humanas continuadas, no hay riesgos. Vive jugando al póquer y ganando lo necesario para vivir. No sólo no ambiciona el triunfo sino que lo evita. El contaje de cartas, la memorización de las cartas jugadas en las manos previas, le permite calcular probabilísticamente qué puede suceder en las próximas jugadas y valorar hasta qué punto puede arriesgar. Su vida no depara sorpresas ni cambios. Evita los grandes triunfos y la fama. Las habitaciones dónde duerme se funden/confunden con el procedimiento de cubrir todos los muebles con una tela. Las salas de casino dónde juega son todas equivalentes. La planificación y edición de El contador de cartas refuerzan el tono rutinario, repetido, claustrofóbico de la situación. La interpretación tranquila, casi neutra, concentrada en la mirada de Oscar Isaac no hace sino reiterarlo de modo tan discreto como notable.

El contador de cartas

Avanzada la trama sabremos que Tell es en realidad William Tillich, ex convicto que fuera condenado por participar de las torturas en la cárcel de Abu Ghraib y que ha optado por tal solución vital para olvidar el pasado. [1] En su itinerancia, Tillich es abordado por el joven Cirk. Este, por su parte, decide enfrentarse directamente a su enemigo. Su padre sirvió en el ejército en Abu Ghraib, junto a Tillich. Como él, fue condenado pero, una vez libre, desencadenó toda la violencia contra la familia antes de suicidarse. Cirk quiere vengarse de Gordo, el sádico superior civil que les marcó a ambos y escapó sin castigo alguno, disfrutando ahora de la aplicación de su experiencia en empresas de seguridad. Cirk insistirá en que Tell le ayude a vengarse, algo que éste rehúsa y desaconseja.

Schrader vincula ambos personajes, ambas posturas. Tillich, calmado, casi ausente, recomienda a Cirk evitar su deseo de venganza y para ello le lleva con él de casino en casino, en una rutina que mantiene como un viacrucis. Schrader parece en un primer momento abogar por esta estrategia, recluyendo a los personajes dolientes en una serie, aparentemente infinita, de espacios repetidos, con la dinámica diaria de los juegos de cartas y la nocturna del registro en un diario personal (aunque no llegaremos a leer las reflexiones de Tillich/Tell). Inevitablemente, Cirk le arrastrará al conflicto.

Como en Taxi Driver (íd., Martin Scorsese, 1976), La costa de los mosquitos (The Mosquito Coast, Peter Weir, 1986), Al límite (Bringing Out the Dead, M. Scorsese, 1999) o Dark, el personaje suple con una incesante actividad su conflicto interior, derivado o complicado por un trastorno mental. A diferencia de todos ellos, Tell evita el conflicto, enterrándolo con las repetidas partidas de cartas del mismo modo que oculta los muebles de las habitaciones. No obstante, Schrader, de la mano de Cirk, resucita a Tillich, sacude su interior y le fuerza a un movimiento que siempre ha querido evitar. Tell desaparece y Tillich va hacia la plena asunción de su pasado, de sus actos pretéritos y cercanos. Consciente, como lo es Schrader, de la existencia del Mal y de la imposibilidad de derrotarlo, asume, finalmente, la necesidad moral de enfrentarse al mismo, siguiendo las normas de su propio juego.

En una apuesta formal minimalista, Schrader evitará que veamos el enfrentamiento en sí mismo. No plantea escena catártica alguna, manteniendo el tono de contención narrativa de toda la obra. Pero recompensa a Tillich permitiéndole avanzar en su redención. Tal vez sólo suba un nivel del infierno pero, tal vez, la rutina de la cárcel es la mejor redención para las almas torturadas.

[1] Schrader juega con el nombre. Tillich era un teólogo protestante que en la primera mitad del siglo XX trató de vincular el existencialismo con la esencia cristiana. Tell es, por una parte, una evidente referencia al héroe suiza que asesinó a un déspota; pero también hace referencia a una acción (voluntaria o involuntaria) que permite descubrir las intenciones del jugador de póquer.