—¿Por qué voy a desmayar? Sea adverso o favorable, ¿qué otra cosa puede hacer el hombre más que afrontar su destino?
Sir Gawain y el caballero verde (Anónimo)
El caballero verde es una de esas películas destinadas a perdurar, como lo ha sido la obra anónima en que se basa, pues casi siete siglos más tarde yace depositada a buen recaudo en el Museo Británico, y sus numerosas traslaciones cinematográficas le dan la razón. La de David Lowery, que comienza con una gutural voz narradora, es bastante fiel e incluye algunos episodios (la casa de Winnifred, el encuentro con los ladrones o la aparición de los gigantes) que bien podrían ser parte de los que omite el romance original («con tantas maravillas se tropezó en las montañas, que sería tedioso narrar aquí una décima parte») y condensa eficazmente la parte de más peso en su origen escrito, el alojamiento en el castillo, despojándola además de personajes superfluos, rescatando (y respetando) así únicamente la esencia del episodio. La invocación del caballero por parte de Morgana no deja de ser algo enigmática si se desconoce el origen literario pero su poder visual es fascinante (más aún si cabe gracias a ese montaje paralelo con la lectura de una Ginebra poseída), y probablemente una explicación más detallada estaría fuera del alcance que puede ofrecer una película (soy consciente de que Béla Tarr o Mariano Llinás dirían aquello de «sujétame el cubata»).
Tienen su peso el principio y el final, por supuesto, pero lo más importante es el camino recorrido entre ambos puntos, y más allá de la descomunal belleza de las imágenes (con y sin filtros de colores), no exclusivamente de las paisajísticas en esos espectaculares parajes irlandeses, en el film de Lowery encontramos lecciones de cine, como ese travelling circular de ida y vuelta que parece remitirnos de una forma sutil pero inevitable a A Ghost Story, o ese flashforward puro invent al estilo del desenlace de La La Land inspirado a su vez en El séptimo cielo (Seventh Heaven, Frank Borzage, 1927), momentos ambos que consiguen desligar el tiempo de la narración del tiempo cinematográfico, e incluso de la propia narración, y lecciones de vida, como aquella que dice que quizá el honor no es lo más importante, o al revés, que quizá, después de todo, el honor sí sea lo más importante, en ese final alternado que parece otorgar a Sir Gawain un valor del que, al margen de las innumerables virtudes que atesora, carece en la obra original.
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