El maestro jardinero, de Paul Schrader

El maestro jardineroUn hombre solitario en un escritorio, en una habitación medio vacía, escribiendo en su diario, puede que el papel sea el único con quien puede hablar y reflexionar sobre su vida y su pasado, un pasado oscuro y prohibido, que conviene que nadie descubra. Así empieza El Maestro Jardinero, pero también se trata de una escena que podría formar parte de muchas de las películas de la filmografía de Paul Schrader, el reconocido guionista de Taxi Driver (Taxi Driver, Martin Scorsese, 1976), y guionista y director de Mishima (Mishima. A Life in Four Chapters, 1985), Aflicción (Affliction, 1997), entre otras. Después de El reverendo (First Reformed, 2017) y El contador de cartas (The Card Counter, 2021), su último trabajo cierra una trilogía sobre la redención, el perdón y las segundas oportunidades, algo que no puede contar nadie mejor que él.

Esta vez el peso con el que tiene que convivir el protagonista es el haber sido un supremacista blanco, manchado de sangre, y su nueva vida y vocación no es la iglesia o el póquer, sino la jardinería. Narvel (Joel Edgerton) es el responsable de los Jardines Gracewood, que, un año más, cuidan y preparan, junto a sus empleados, para acoger la subasta benéfica que organiza la señora Haverhill (Sigourney Weaver) en su mansión. Solo la rutina, la repetición y la perseverancia podrán hacer que este enorme y precioso jardín luzca perfecto para el gran evento. Pero, también, la rutina es lo único que puede mantener el orden en la vida de este misterioso maestro. Sin embargo, esta rutina se verá afectada con la llegada de la sobrina-nieta de la dueña de la casa, Maya (Quintessa Swindell), una joven rebelde con un pasado también trágico, que tendrá que aprender esta minuciosa disciplina.  

El maestro jardinero

«La jardinería es creer en el futuro, creer en que las cosas sucederán según lo planeado, que el cambio llegara en el momento preciso», escribía Narvel al principio del film. Una premisa que, si obviamos la jardinería, nos puede hacer pensar en Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné à mort s’est échappé, Robert Bresson, 1956), a sabiendas de la gran influencia del director francés sobre Schrader. Heredero de su cine, el director plantea una puesta en escena austera con un protagonista en cuya inexpresividad podemos ver reflejado ese existencialismo que quiere explorar a través de sus películas. Y es que, si una cosa nos ha demostrado el norteamericano a lo largo de su amplia trayectoria, es la fidelidad a un estilo y un cine en los que cree, consiguiendo alejarse de los estándares de la industria de Hollywood, marcando siempre su propio camino. Quizás, esta trilogía sea la que más se acerque a ese «estilo trascendental que intenta resaltar el misterio de la existencia», que definía él mismo en su libro ensayístico El estilo trascendental en el cine. Ozu, Bresson y Dreyer (1972).

Como en una especie de haiku, el maestro jardinero solo necesita la llamada a la acción para que la naturaleza del personaje principal se transforme. La llegada de Maya llevará al límite esa tensión contenida que respira Narvel. Porque, al final, las flores necesitan lo mismo que él para vivir en su plenitud: amor. De este modo, este paralelismo que se crea entre el jardín y el protagonista, con la ayuda también de la voz en off y el montaje, hacen que esta historia sobre un maestro y una aprendiz se cierre como un perfecto soneto, en el que el perdón florece en el momento preciso, sembrado por el respeto, la paciencia y el amor.

Els encantats, de Elena Trapé