Después de pasar por el Festival de Sitges del año pasado, la última marcianada del prolífico e inclasificable Quentin Dupieux aterriza en las salas del país. Bajo el título de Fumar provoca tos (2022), el director francés presenta una comedia con un fascinante y descerebrado planteamiento que termina configurando en una ficción autoconsciente y festiva.
A contracorriente, el cine de Quentin Dupieux obedece a unos determinados intereses y formas que realzan la incomodidad y el absurdo. Sobre una superficie árida —que sitúa sus historias en medio de la nada— se esconde un fondo sugestivo y enteramente cinematográfico. El caso más culminante está detrás de una premisa como Rubber (2010), que se plantea como un slasher donde un neumático cobra vida y se convierte en el asesino. Lejos de resumirse en una sinopsis escueta, la película responde ante esta disparatada idea añadiendo un ejercicio crítico e incisivo que reflexiona sobre la industria de producción y la creatividad. Para reforzar este alegato, Dupieux introduce en la ficción a una serie de espectadores que atestiguan desde la distancia el viaje que emprende la rueda, dando voz a aquellas incógnitas que pueden surgir viendo la propia película. Ante esta advertencia, su cine convive en constante diálogo y evolución, renovando su alucinada propuesta año tras año con ideas disparatadas que esconden cabeza y corazón. Por eso mismo, Fumar provoca tos resulta otro apunte en su filmografía; presentándose como una especie de tokusatsu donde un grupo de superhéroes debe estrechar lazos para reforzar su unión como equipo y detener una inminente amenaza que planea destruir el planeta.
Pasado por su filtro de autoría —que continuamente detiene la acción para desvelar el absurdo—, la película plantea varios tropos del subgénero que se pueden identificar en los capítulos de series como Super Sentai o Kamen Rider. Sin embargo, en vez de rendir homenaje o convertirse en una parodia bajo la influencia del imaginario occidental, la película opta por tomar otros derroteros, llevando al grupo de protagonistas a un retiro espiritual donde relatan historias que funcionan como evasión del nudo principal. De esta forma, la décima película de Quentin Dupieux funciona como una amalgama de relatos y
personajes frustrados que deben comprenderse ante la incómoda y disparatada realidad del mundo. Sobre el papel, esta serie de historias se exponen como cortometrajes independientes, restando cierta cohesión al conjunto. En ese sentido, esa inclinación por la ficción desposeída aquí es llevada mucho más lejos, con un subtexto menos conciso que las recientes La chaqueta de piel de ciervo (2019) y Mandíbulas (2020). Sin embargo, la aportación de estos breves relatos comprometen la película más allá de lo anecdótico, explorando la violencia y su observación desde distintos ángulos, siendo este un tema
recurrente en el cine del Quentin francés.
Fumar provoca tos es un ejercicio aventurado; una rareza que recae enteramente en una visión autoral muy marcada por la complicidad con su obra. Su sentido del humor se agudiza en el retrato de ciertos arquetipos que construye mediante su relación, identificándose en sus roces y miserias. Además, las dinámicas que explora construyendo una historia detrás de otra trivializan el desarrollo de una obra mayor, distrayendo su atención para terminar erigiendo una película arriesgada y desmesurada, es decir: una película que existe con una voluntad de ser, tan posiblemente exasperante como divertida.