En el momento de escribir este texto, la filmografía de Alice Rohrwacher no es demasiado extensa. La directora italiana cuenta con tres largometrajes de ficción, Corpo Celeste (2011), El País de las Maravillas (Le maraviglie, 2014) y Lazzaro Feliz (Lazzaro felice, 2018), además de haber codirigido el documental Futura (2021) con Pietro Marcello y Francesco Munzi, y ahora en Abril llega a España su quinto largometraje La quimera (La Chimera, 2023). Sin embargo, Rohrwacher también ha trabajado en múltiples cortometrajes y, al igual que sus obras mencionadas, desbordan personalidad y estilo, impregnados de un tono jovial pero con una cierta melancolía y un punto reivindicador.
Una canzone (2014) fue la contribución de Rohrwacher a la conmemoración del 90 aniversario del Istituto Luce de Roma, emblemático organismo público vinculado a Cinecittà, destinado a la difusión cinematográfica y cultural y que atesora un archivo fílmico de valor incalculable. Utilizando como materia prima diversas filmaciones antiguas extraídas de dicho archivo, la directora parece querer capturar el espíritu del pueblo italiano escogiendo momentos que apelan a la comunidad, ya sean estos de tipo lúdico, como la imagen de unas fiestas populares, un recital o la representación de una obra teatral, o bien a través de esbozos de la vida cotidiana, mostrando el trabajo de unos campesinos que muelen el trigo o una reunión familiar. Existe un tercer grupo de filmaciones que no inciden en actividades colectivas sino que se focalizan en determinados objetos, especialmente en instrumentos musicales. Los clips, entre los que no hay una relación temática unívoca, fluyen de manera dinámica mediante un montaje que recuerda al del NO-DO español. Distintas melodías complementan la parte visual así como una voz en off que recoge testimonios de diferentes personas en relación a la influencia que la canción, entendida de una manera genérica, ha tenido para ellos. Estos extractos de entrevistas apuntan ideas interesantes en relación al papel de la canción -y del propio acto de cantar- como elemento que propicia la unión entre personas y genera emociones positivas, siendo capaz de acelerar el tiempo en un largo viaje en coche, clamar por la libertad en tiempos de guerra o servir como el medio para atreverse a expresar sentimientos íntimos que de otra manera quedarían silenciados. Al igual que en otros trabajos de la autora el tono que desprende Una canzone es de cierta melancolía ante la pérdida paulatina de las tradiciones que fueron esenciales para dar sentido a la comunidad y que poco a poco están desapareciendo.
Como en los largometrajes de ficción, la capacidad de Rohrwacher de crear universos que resultan familiares y ajenos al mismo tiempo se extiende también al formato corto. Un buen ejemplo de ello es De Djess (2015), trabajo que forma parte de la colección de cortometrajes Miu Miu Women’s Tales, en colaboración con esta firma de moda. Rodado en el hotel Excelsior de Venecia, la película presenta un mundo en el que los vestidos adquieren vida propia y son capturados para que los luzcan modelos. La directora pone la mirada en el punto de vista de uno de esos vestidos. Para acentuar la confusión, los personajes hablan un idioma inventado, insuflando una sensación de extrañeza a elementos reconocibles, como un grupo de fotógrafos y su ráfaga de flashes o una actriz enfadada (interpretada por Alba Rohrwacher, la hermana y frecuente colaboradora de la directora). Mediante la animación por stop motion, un método simple y mágico, según la propia Rohrwacher, el vestido se mueve por sí solo y reacciona ante lo que ve en su entorno.
Su atracción por la magia y la fantasía está presente también en un spot publicitario que realizó para la Viennale, el festival de cine de Viena, en el año 2020. En el vídeo, titulado Ad Una Mela, de apenas de dos minutos de duración, una niña hace aparecer una manzana de la nada en un juego de sombras que recuerdan al cuento de Peter Pan. Un ejercicio breve pero suficiente para que Rohrwacher sea capaz de capturar y plasmar imágenes llenas de belleza. Incluso en un episodio tan pesimista de nuestra reciente historia como fue el confinamiento, la directora italiana saca provecho de su visión fantástica del mundo en Le Quattro Strade y, cámara al hombro, sale al encuentro de sus vecinos, creando un bonito retrato de ellos mientras su voz en off, en un tono típico de fábula, narra y describe a los protagonistas de este breve documental.
Durante un paseo por la región italiana de Umbría, Rohrwacher y el artista francés de arte urbano JR conversaban sobre el impacto de los monocultivos intensivos sobre el paisaje rural. En cierto punto la imagen de interminables hileras de avellanos extendiéndose en todas direcciones les hizo pensar en un gran cementerio de guerra. Esta sería la semilla de Omelia contadina (2020), una acción cinematográfica, definida así por ambos, donde rinden homenaje a la figura del campesino y elogian su contribución al florecimiento del ecosistema. Estrenado en el Festival de Venecia, el corto conjuga un subtexto reivindicativo con una puesta en escena teatralizada donde se escenifica un funeral, metáfora de la muerte del campesinado a manos de la especulación capitalista. Los mismos habitantes de la meseta de Alfina fueron escogidos para representar el cortejo fúnebre que conduce la acción. Portando sobre sus hombros enormes lonas con fotografías sobreimpresionadas de agricultores anónimos, una comitiva de hombres y mujeres avanza a través de campos de cultivo baldíos, seguida de una banda de música que aporta el elemento diegético. Una composición que se sirve de grandes planos aéreos para poder captarse en su totalidad. En los parlamentos que preceden a este entierro simbólico se citan algunos pasajes de La rabia de Pasolini y del libro Primavera silenciosa de Rachel Carson, que enfatizan el daño causado por las corporaciones sobre el pequeño productor y, más ampliamente, la idea de anteponer el egoísmo humano a la preservación de la naturaleza. Un mensaje ecologista, firme en su denuncia de los hechos y no exento de pesimismo, pero que a su vez abre una vía para el cambio social cuando, a modo de epílogo, uno de los personajes, una suerte de trovador que también introduce el relato, mira directamente a cámara —recurso que Rohrwacher recupera en sus trabajos más recientes— y advierte: nos habéis enterrado, pero lo que no sabéis es que ahora somos semillas.
Más allá de lo puramente cinematográfico, la directora italiana grabó Violettina con su hija Anita Rohrwacher como protagonista, un vídeo de cuatro minutos concebido para ser reproducido como parte del decorado en La Traviata de 2016, el debut de Alice Rohrwacher como directora de ópera. Violettina muestra imágenes de una niña que arranca pétalos de una flor llevando a cabo el clásico “me quiere, no me quiere”, y su reproducción en la obra tiene como función revelar información sobre la protagonista, Violeta Valéry, volviendo a la inocencia juvenil de un pasado lejano.
Rohrwacher posee una visión particular de la realidad que consigue trasladar a su obra cinematográfica, dotándola de un estilo propio que la hace reconocible, tanto en la parte estética como en la temática. Los trabajos mencionados en este texto, cargados de personalidad en cada frame de su corta duración, son un magnífico ejemplo. Sus historias son fábulas impregnadas de magia que celebran los momentos de la vida cotidiana en comunidad y de las que se desprende cierta nostalgia por un mundo que está desapareciendo. La reivindicación de las tradiciones, de unas formas de vida vinculadas al grupo y al contacto con la naturaleza, cuyos valores se están perdiendo en el tiempo, es otro de los grandes temas de su cine. Parafraseando uno de los testimonios recogidos en Una canzone: “La gente solía cantar más.”