Del Cortijo de Viana y otras tantas historias
El cine de la transición se echó al monte para contemplar los ecos de la represión o mirar directamente a los ojos del fascismo. Eran los tiempos de José Luis Borau y de Gutiérrez Aragón, eran los tiempos de Furtivos, La sabina o El corazón del bosque. Lo rural era reminiscencia del franquismo, vidas truncadas (El espíritu de la colmena, El Sur) y espacio de miseria, como testimoniaron La família de Pascual Duarte, El crimen de Cuenca o Los santos inocentes. Con los años, las producciones se centraron en la comedia y el drama urbanos y el campo quedó relegado a un espacio de refugio en el que los urbanitas de una u otra época huían de sus problemas (de Belle epoque a las recientes Verano 1993, Els encantats, 20.000 especies de abejas o Un amor). Era como si los directores, incluso los manchegos más ilustres, no tuvieran capacidad de rodar en el contexto rural y precisaran de los estímulos de la orbe para desplegar sus historias. Solo algunas obras aisladas contemplaban el contexto de hombre y naturaleza (Vacas, Tasio).
Ha sido necesario un cuarto de siglo y una mutación tan cinematográfica como generacional para que empiecen a florecer obras en las que el pueblo y el campo no son sólo decorados, artistas invitados, sino que son la esencia de la película misma. Películas dónde los protagonistas son del pueblo, son de pueblo. Una generación que brota en Galicia con imágenes y narraciones innovadoras (Lois Patiño, Oliver Laxe, Jaione Camborda, Diana Toucedo) o que, a un lado u otro de la península, recoge el drama cotidiano (Alcarràs) o hurga en la leyenda (El agua), por poner unos ejemplos al azar.
Es en tal contexto en que la propuesta de Jaime Puertas aparece, como un fascinante artefacto difícil de catalogar pero francamente atractivo para el espectador. El director de Historia de pastores la define como una obra de resistencia, una película coral que se ha desarrollado desde la Puebla de Don Fadrique, entre él mismo, familiares y conocidos. La voluntad es ofrecer un retrato natural del entorno, aunque cambiando la mirada antropológica de otras propuestas por una mirada lúdica, abierta al fantástico. La cinta arranca con la referencia al hallazgo de una piedra lunar en el contexto de unas investigaciones paleontológicas en Orce, a lo que se responde que el objeto no tiene tanto de extraordinario. La protagonista, Mari (una inquieta, desbordante Mari Marín), es una becaria entrada en años que desarrolla un trabajo de investigación sobre cortijos abandonados. Sin embargo, en el curso de su trabajo de campo aparecerán signos del pasado, del presente y, tal vez, del futuro. Siguiendo la ruta de los restos arquitectónicos de un pasado que parece desvanecerse, y con la intermediación del rumbo seguido por un misterioso dron, Mari dará de bruces con un pasado que pervive en el presente, José y su rebaño. Un pequeño hilo argumental la llevará, con ayuda de otro pastor, a dar con el misterioso Cortijo de Viana, un espacio que sólo aparece de modo ocasional (sin los cantos y bailes de Brigadoon) y que puede desaparecer arrastrando consigo a los visitantes imprudentes.
Tras el visionado de Historia de pastores, uno no puede dejar de plantearse de dónde surge tan peculiar historia. Contó Jaime Puertas que planteó su obra como un acto de resistencia. Nacido de tantas leyendas que en su infancia escuchara de las ancianas del pueblo, pero tratando la narración, la película, como una celebración. Su intención era, precisamente, reivindicar la vida rural, a la gente que sigue viviendo lejos de las ciudades evitando la mirada de ciudad, sin dejar de lado ni el lado cotidiano que también tiene lugar en estos núcleos de población alejados del tumulto ni los aspectos más insólitos, fabulando en torno a todo ello.
Ayudado por un grupo devoto de colaboradores de La Puebla, Puertas vincula la modernidad (la app que la protagonista utiliza para escanear los espacios abandonados o el dron que sobrevuela todo el territorio), y la capacidad de desarrollar investigación paleológica y geológica en pequeños núcleos, con la persistencia del pastoreo y los pastores, representados por José y Jonás, ambos profesionales responsables de las ovejas que asumen los riesgos de mantener su puesto en circunstancias adversas. Pero, como Puertas declaró también, no se limita a mirar el pasado con añoranza sino que lo integra perfectamente en esta cotidianeidad que mira al futuro. Tan próxima a él, que el misterio del Cortijo de Viana, en lugar de ser un episodio del Manuscrito encontrado en Zaragoza (Jan Potocki) podría ser un episodio de Fringe (J.J. Abrams).