El diablo probablemente (Le diable probablement, Robert Bresson, 1977)

Bombones contaminados

El diablo, probablementeCharles, joven post adolescente, atraviesa la vida desconcertado, desorientado. Se mueve en círculos de relativa agitación y suficiente comodidad. La cinta se rueda una década después del Mayo del 68 y, tal vez tanto por este motivo como por el estilo bressoniano, todas las frases que sueltan los diferentes personajes parecen tópicas y vacías. La política parece carecer de interés y de sinceridad (aunque no hay que ir tan atrás para pensar eso mismo) y Charles paga con la misma moneda a sus diversas amantes, con las que parece entretenerse no tanto por el sexo como para no pensar en otra cosa, mientras debate con su amigo y confidente, Michel, a cuál de ellas ama.

Con semejante material, Eric Rohmer podría haber creado uno de sus Cuentos Morales o una de sus Comedias y proverbios (datando la película del interludio temporal entre ambas series del autor de Los amigos de mi amiga). Truffaut habría trabajado un drama romántico aunque hubiera necesitado personajes más adultos (que no más maduros), siendo coetánea su El amante del amor (L’homme qui aimait les femmes). Eustache ya había desarrollado años antes el conflicto, de modo rabioso, en La mamá y la puta. Y Godard… bueno, vete a saber qué habría hecho JLG.

El diablo, probablemente

Pero Robert Bresson no compartía con sus colegas de la nouvelle vague mucho más que el periodo, el contexto social en que rodaban, siendo, junto a Godard, el más rupturista con el estilo narrativo. Su llamado estilo trascendental es, propiamente, un estilo ascético en lo estético, parco en palabras y parco en secuencias, repleto de elipsis y símbolos. Y sus personajes son severos en su propia moral, exigentes consigo mismos. En El diablo, probablemente, Charles no es tanto el frívolo que parecería ser a partir de la descripción previa, sino que, como humano, experimenta aquello que se le ofrece, a la par que valora de modo tan negativo como racional el destino de una sociedad que está condenando el planeta (y a sí misma) con múltiples formas de contaminación en todos los ámbitos. De tal manera, parece que Charles plantea su final precoz, por considerar que no hay otros estímulos o experiencias que justifiquen una vida más longeva.

En cierto modo, la historia podría corresponderse con una extrema crisis romántica en un joven angustiado, con una sublimación de amor y deseo y una pulsión de muerte. Pero no es en absoluto eso lo que Bresson nos presenta, con una película prácticamente desprovista de escenas de excitación o violencia. Las secuencias de alegría son puntuales, los personajes no se inmutan más allá de lo imprescindible (sea una amenaza de suicidio, un escarceo sexual o una ruptura amorosa) y, como en toda la filmografía de Bresson, la recitación de los diálogos tiende a la neutralidad emotiva. De hecho, el autor de Al azar, Baltasar, sustituye los que deberían ser planos de los rostros por planos de las piernas y los pies de los personajes, tal y como arranca y cierra la película.  Del mismo modo, las imágenes de objetos devienen mucho más relevantes en la trama que los propios personajes, llamando la atención la duración que les dedica, superior a la de los llamados pillow shots que Ozu (vinculado a Bresson, si más no, a través de los textos de Paul Schrader) utilizara como brevísimo interludio entre una y otra secuencia. Aquí los objetos adquieren característica de metonimia. No sólo vemos repetidamente piernas, pies y zapatos, sino también planos fijos de determinados objetos, como del proyector que vomita espeluznantes imágenes de contaminación de todo tipo. O la reiteración de la caja de bombones, que pasa de simbolizar una sesión de sexo, a un menosprecio por la relación en el momento en que Charles la ofrece a otra amante, para acabar, repetidamente, aplastada por diversos vehículos una vez Michel la lanza por la ventana.

El diablo, probablemente

Llama la atención, en una cinta con tantas elipsis respecto del itinerario más íntimo de los personajes, el énfasis que pone Bresson en la inminente catástrofe medio ambiental, con una parte del metraje presentando vertidos y consecuencias de las mismas en especies animales y humanos. Vincula directamente en montaje, la tala de árboles con la tal vez única escena en que Charles parece sentirse afectado, dolido, cubriéndose las orejas para evitar oír los crujidos de la madera al caer. Es la imagen de la desesperanza ante un desastre que no podemos ver pero si podemos anticipar. Y sufrir.

El dinero (L’argent, Robert Bresson, 1983)