Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné à mort s’est échappé ou Le vent souffle où il veu, Robert Bresson, 1956)

El viento sopla de donde quiere

Todas las películas de Bresson tienen un tema común: el significado del confinamiento y de la libertad. La imaginería de la vocación religiosa y la del crimen son utilizadas conjuntamente. Ambas llevan a la celda. [1]

Las manos de Robert Bresson

Un condenado a muerte se ha escapadoLas manos. Manos que se alejan, que buscan el contacto. Manos que acarician sin temor o que empuñan la espada que mata hoscamente. Manos nudosas, etéreas viajando de bolsillo en bolsillo en el metro de París. Manos afiladas y elegantes. Las manos que se aferran a los barrotes de una prisión, preñadas de añoranza. Las que abren los grilletes de Juana de Arco. Las que escriben un diario en su inconmovible rutina. Manos infantiles que descansan amablemente sobre el lomo de Baltazhar. La mano amistosa de Lancelot, desierta ante el desprecio de Mordred. Las del condenado que trata de escapar del coche en que es escoltado a una prisión alemana. Tibias, inseguras, una de ellas estira el meñique hasta bajar la manivela de apertura. Las mismas manos, las de Fontaine, que veremos una y otra vez inmersas en pacientes procesos: enhebrar, rasgar, intercambiar con las manos de otros presos, escribir pequeñas notas, horadar la madera con una cuchara, deformar el metal con estoicismo artesano. Diminutas rutinas para vencer, milímetro a milímetro, los muros que las confinan.

Un condenado a muerte se ha escapado

En Bresson, las manos son el pórtico del alma. En ellas se intuyen a sus personajes antes incluso de haber atisbado sus rostros. Y atisbados los rostros, a menudo, son ellas las que hablan en su lugar, pues los rostros de Bresson, si bien no son impermeables a la emoción, sí que bregan contra la exaltación de las pasiones. «Lo que a mí me interesa no es lo que muestran, sino lo que ocultan», aducía el cineasta en una entrevista. De lo que revelan las manos es consciente el cineasta Kogonada, que en su faceta ensayística firma Hands of Bresson (2014), un hermoso diálogo entre las muchas manos filmadas por Robert Bresson en su cine. En Un condenado a muerte se ha escapado, las manos de Fontaine nos guían en el silencio de una prisión alemana, orquestan todo aquello que el personaje no puede expresar y que se descarga en los minuciosos preparativos de su fuga. Hay, en sus quehaceres, una fricción permanente entre el miedo y la convicción, una batalla interior que es la propia de la fe.

La biblia en un bolsillo

Es la de Fontaine una fe en el hombre. En brindar una mano amiga a su vecino, un anciano sin motivos por los que vivir, o esperar a que un compañero decida si acompañarle o no en su huida. Es, también, y en última instancia, la fe depositada en François Jost, el bisoño e inesperado compañero de celda que finalmente escapará con él. En medio de su fuga, la voz narradora del protagonista admite que, probablemente, no hubiera llegado tan lejos sin él. La fe, por tanto, solo se sostiene cuando reconocemos al otro, le esperamos, le aceptamos. Y los personajes de Un condenado a muerte se ha escapado están atravesados por la fe, movidos por la esperanza en un lugar diseñado para aniquilarla. Para Fontaine es la libertad. Para Jost es su volver a ver a su madre. Para el pastor Deleyris, mantener su biblia cerca. En una de las escenas conjuntas en el lavadero, un oficial registra rutinariamente las chaquetas de los presos y confisca cuanto encuentra en los bolsillos. Al llegar a la chaqueta del pastor, en cuyo bolsillo este esconde su biblia, el guardia detiene la mirada en la cruz prendida en la solapa, y, entonces, pasa de largo. Delerys, aliviado, da gracias a Dios.

Un condenado a muerte se ha escapado

Es el propio Delerys quien, en una escena anterior, ha diseccionado la naturaleza de esa fuerza que les mantiene con vida, a propósito de un diálogo bíblico entre Nicodemo y Jesús: el viento sopla de donde quiere, y ni sabemos de dónde viene ni a dónde va, pero podemos sentirlo. El pasaje describe la quintaesencia de esa fuerza espiritual que, en coordenadas más o menos alejadas de la religión —el propio Fontaine reconoce a Delerys que reza, pero sólo cuando las cosas van mal—, comparten los prisioneros en su forzoso mutismo. En sus distintos matices se fragua lentamente su hermandad, sotto voce, como si de una comunidad monástica se tratase, conminada diariamente a las mismas rutinas, recorridos y lugares. Los procesos, una vez más, en cuyas variantes cuasi inapreciables se abre paso la fraternidad y, en consecuencia, la humanidad. Incluso el alma más desesperada, aquella que no ve más salida que la muerte, se ve sorprendida por el viento: el anciano vecino aborta su tentativa de suicidio cuando oye unos golpes que llegan desde el otro lado del muro. Los golpes, claro está, son los del propio Fontaine al poco de llegar a su celda, anhelante de establecer una comunicación.

El cine de lo invisible

Ni el relato ni el escenario son fortuitos en Un condenado a muerte se ha escapado. El propio Bresson fue prisionero de guerra durante más de un año en manos del ejército alemán, por lo que el cineasta profesaba un interés personal por llevar al cine las memorias de André Devigny, miembro de la Resistencia Francesa que había conseguido escapar de la prisión de Montluc. Pero, además, el contexto de encierro literal somete aquí a su cine —y en esto se hermana directamente con El proceso de Juana de Arco (Procès de Jeanne d’Arc, 1962), donde es lo judicial/burocrático lo que confina y asedia la pugna interior de la protagonista, en oposición a la arrebatada Maria Falconetti de Dreyer— a un introspectivo examen en el que es desnudado ante nuestros ojos. Pocas veces su obra alcanzó una expresión más pura, liberada. Quintaesencial, en definitiva. Bresson, quizá como ningún otro cineasta, creía en la capacidad de la cámara para desvelar lo que se escondía tras el mundo sensible. A fin de cuentas, hacer visible lo invisible, una operación que, siendo inextricable de su catolicismo, le ha valido también otras etiquetas: jansenista, con frecuencia; espiritual, comúnmente; esotérico, a veces; ascético, también a veces; trascendental, según Paul Schrader; reflexivo, para Sontag. La autora, en su célebre Contra la interpretación, integró el texto Estilo espiritual en las películas de Robert Bresson, en el que apuntaba la dualidad encierro/libertad como tema fundamental en la obra del francés, y le situaba en los parámetros del arte reflexivo, el cual se identificaría como aquel que impone una cierta disciplina a su público y pospone la gratificación fácil. A continuación, aludía a Brecht, uno de los nombres con los que, con posterioridad, Bresson se ha visto relacionado hasta el agotamiento —el ensayo de Sontag data de 1964— en la medida en que sus películas despliegan el clásico distanciamiento del dramaturgo alemán. El distanciamiento de Bresson, sin embargo, excluiría la posibilidad de una identificación en profundidad con sus personajes, y, por tanto, mantendría intacto el misterio de lo humano.

Un condenado a muerte se ha escapado

Es por esa razón que los héroes y heroínas bressonianos permanecen asiduamente crípticos, ajenos al escrutinio del espectador: sus motivos o sus objetivos pueden resultar incomprensibles, o incluso ignotos; y, sin embargo, ellos y ellas nos son verosímiles e incluso apelan a nuestro compromiso con su cruzada. Su heroísmo es siempre interior y desecha toda épica, al igual que el relato aquí prescinde de todo embellecimiento dramático o espectacular propio del subgénero de las fugas carcelarias. En Un condenado a muerte se ha escapado la trama está resuelta desde el título y todo apunta a que la escapada es lo de menos. Lo que aquí se contempla no es la pericia de los métodos o el ardid del protagonista, sino la guerra interior de un ser humano frágil, que debe validar la resistencia de su creencia en el mundo material que la aprisiona. De ahí que la reducción a lo esencial sea necesaria: no sólo a la materialidad de los propios procesos que le sirven para escapar, sino incluso de la propia banda sonora, reducida a una atención casi neurótica a los sonidos que acompañan la huida y que pueden determinar, a cada paso, su éxito o fracaso —el sonido de los pasos en la gravilla, el aprovechamiento del paso del tren en la lejanía para ganar unos centímetros, etc.—. El cine de Bresson, desde los detalles, abre el camino a lo infinito.

[1] Sontag, Susan (2005). Contra la interpretación. Alfaguara.

Pickpocket (Robert Bresson, 1959)