Una, grande y falsa
Medio siglo de la muerte del dictador y un fantasma recorre Europa y el mundo entero. Un fantasma que va cogiendo cuerpo, un cuerpo tenebroso y fascista que reivindica un retorno al pasado dictatorial. Aún más, hete aquí que la belleza de lo siniestro atrae a una juventud que añora un mundo que no conoció, en la creencia de tantas bondades y beneficios del franquismo pregonados con alevosía por redes sociales. Pues hay que recordar que, en ausencia de democracia, la dictadura de Franco no tenía libertad de expresión, ni divorcio, ni aborto, ni eutanasia, ni se toleraba la homosexualidad, ni existían partidos políticos; las reuniones eran vigiladas o prohibidas, las lenguas del Estado se limitaban al castellano, con represión activa de las otras, y la cultura era una palabra en minúsculas, sospechosa de múltiples delitos. Por ello, por vigilar a los españolitos, se instauró la censura. Y ello llevó, en el ámbito que a esta publicación atañe, a que en España en los cuarenta se prohibiesen películas clásicas e inocentes como Casablanca (por la alusión de Bogart a su pasado republicano), Ser o no Ser (por ridiculizar a Hitler y al nazismo) o El gran dictador (por causas obvias). La censura no se limitó, no obstante, al periodo de la posguerra sino que se prolongó hasta la muerte de Franco e incluso más allá. No vimos en su momento ni Senderos de gloria por antimilitarista (a Franco le encantaban los soldados machos y heroicos y no aceptaba ver en pantalla el pánico a la muerte de los civiles reclutados a la fuerza que devenían carne de cañón), se mutiló De repente, el último verano por la homosexualidad del protagonista y no se vieron estrenadas a tiempo (salvo algún largometraje que escapó a la censura con el camuflaje de Arte y Ensayo) las obras de los grandes europeos de los sesenta y setenta. Fassbinder encarnaba todo aquello que el régimen odiaba. Bertolucci era procomunista (al menos, durante un tiempo). A Fellini le gustaban demasiado las mujeres y varias de sus obras se estrenaron con cortes. Bergman era un intelectual y eso, en sí mismo, ya era políticamente poco aceptable (y además, filmaba sexo). En cuanto a las películas del Este, aunque compartían otra censura que también se esforzaba en ocultar las carnes, provenían de parajes cuya mención era directamente prohibida por Franco y sus acólitos. Sin embargo, para todos aquellos a los que el siglo pasado pilla muy lejos (veinticinco años a lo menos, es cierto) y que creen en que una dictadura les sería muy útil, recordarles que el fascio tiene una relación muy próxima al catolicismo más ortodoxo y que las vías de escape y diversión (legales e ilegales) serían pronto limitadas. Basta con echar un vistazo a la actual cartelera cinematográfica para ver el impacto. Wicked y Una batalla tras otra serían censuradas por contenido revolucionario, Die my Love y Romería por pornográficas, Sirat sería sin duda subversiva, Un simple accidente, de un país sospechoso como Irán, no habría llegado nunca a las pantallas… Y La cena, con su burla del dictador y su crítica al régimen, no se habría rodado nunca o, en caso de haberse hecho, habría acabado con sus responsables incomunicados en cualquier cárcel a lo menos. Vaya usted a saber si Los domingos y su joven ilusionada por entrar en convento de clausura podría devenir la gran película del nuevo régimen… Así iríamos. Recordemos aquello de cuidado con conseguir lo que deseas…








