Melo plus fantastique
Julia Ducournau alcanzó notoriedad con Crudo (Raw, 2016), peculiar coming-of-age en la que una joven vegetariana, afectada de cierto aislamiento social y dificultades para sobreponerse a las prácticas de veterinaria, superaba todos sus temores al descubrir en sí misma una tendencia a la antropofagia. Construida en clave de terror pero metáfora evidente de un cambio en identidad personal, a nivel sexual y emocional, contiene puntos de contacto con la nueva obra de su autora. Hay que dejar sentado, no obstante, que Titane va más allá de la inmensa mayoría de relatos de crecimiento personal, presentando, de facto, una auténtica metamorfosis tanto de su protagonista como de la narración en sí misma.
Titane arranca con un prólogo en el que Alexia, niña, incordia a su padre durante la conducción lo suficiente como para provocar un grave accidente del que se derivará el implante craneal de una placa de titanio que da lugar al título de la película. Basta tan breve introducción para saber del carácter insoportable de la joven, a la que vemos tras una elipsis de varios años sin otra pista para entender su proceder. Ducournau nos sitúa a continuación en un peculiar salón del automóvil en el que Alexia se dedica a una suerte de erótico pole dancing, frotándose sobre/con vehículos tuneados, excitándose y excitando al personal con sus movimientos en una secuencia que nos lleva a Crash (David Cronenberg,1996) o a Cameron Diaz en la escena más destacable de la innecesaria El consejero (The Counselor, Ridley Scott, 2013). Sin embargo, la directora de Crudo decide efectuar diversos saltos mortales y, casi sin solución de continuidad, nos hace conocedores del menosprecio de Alexia hacia la carne humana (hacia todo lo humano, aparentemente) y su afición al asesinato de las formas más bruscas y variadas posibles.
Así, del mismo modo en que Crudo vestía un drama íntimo con los atuendos del terror, Ducournau nos revela que esta aparente historia de psycho killer es otra cosa. Dinamita la narración desde su interior y se zambulle en el melodrama más aparatoso y atípico, en la tragedia más dura e insólita, aun sin dejar el Fantástico. Alexia, huyendo de la policía, opta por hacerse pasar por un joven desaparecido años atrás y sigue la corriente al desesperado padre quien, dejando de lado cualquier duda o razonamiento, le abraza como hijo pródigo. Si un personaje y otro, por motivos distintos, aceptan la charada, el espectador se ve sumergido en las dolientes y agitadas aguas de Sirk, Fassbinder y Almodóvar. Alexia, ahora Adrien, necesita la protección de Vincent (soberbio Vincent Lindon) pero él, capitán y macho alfa de un grupo de bomberos, necesita desesperadamente del cariño de Adrien. Titane se revela como una insólita y extraordinaria vuelta de tuerca a los engranajes del melodrama. Fassbinder lo llevó a los márgenes sociales hurgando en los pliegues en los que Hollywood no quiso asomarse y Almodóvar lo aderezó con tono de farsa antes de orientarse al clasicismo. La propuesta de Ducournau mantiene la severidad trágica en un prodigioso equilibrio con una situación que oscila entre el género de terror y la extravagancia.
El núcleo de la historia se revela como una doble aceptación, dolorosa pero imprescindible, un descenso a los infiernos particulares de ambos protagonistas. Vincent fuerza la situación situando a su (supuesto) hijo como un miembro más de la que es su verdadera familia, el cuerpo de bomberos (siendo el cuerpo, tal vez, la definición que se ajusta más al contexto), y enfrentándose a su segundo para proteger a Adrien. Ella, por su parte, se esfuerza físicamente para ocultar su identidad pero debe superar su odio generalizado, no sólo por seguridad sino por la necesidad de calor humano. Ducournau mezcla el melodrama más íntimo con el género Fantástico. Los cambios de sexo y de personalidad oscilan en ella como Jeckyll y Hyde del día a la noche. Su atracción y fusión con los vehículos no sólo simbolizan la deshumanización de Alexia sino que otorgan una anómala turbidez al contexto emocional hasta alcanzar un clímax que fusiona géneros cinematográficos. A medida que avanza la trama y se suceden acciones profesionales y enfrentamientos personales, la relación entre ambos se revela más y más ambigua, oscilando entre el deseo de Vincent por reafirmar que Adrien es su hijo y, simultáneamente, la atracción que surge hacia él, a la par que Alexia rehúsa el aire brutal y machista de Vincent pero es atraída por la atención y el cariño que él le presta. Titane evoluciona, pues, como una brillantísima propuesta, llevando a buen puerto una historia que cabría calificar de insensata e integrando el Fantástico en una compleja historia de dolor y amor.
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