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A comienzos del verano de 1964, los organizadores del festival de cine de Venecia llamaron a Godard para preguntarle si tenía alguna película lista para poder presentarla en la siguiente edición del festival. Por entonces, y como casi siempre, el director francés andaba metido en varios proyectos; el principal de ellos acabaría siendo Pierrot el loco (Pierrot le fou, 1965), inviable en su momento al no estar disponible Jean-Paul Belmondo ni Anna Karina (quien, además de estar rodando, se recuperaba de su tercer intento de suicidio producto de la depresión por haber perdido a su bebe). La conversación finalizó con un acuerdo abierto, es decir, si Godard tenía algo listo para entonces, se proyectaría. Quedaba poco tiempo, al menos para cualquier director que necesitara al menos dos o tres meses para rodar una película. Godard, sin embargo, lo hizo en un mes. Y la película fue Una mujer casada (Une femme mariée, 1964). Lo anterior pone de relieve como tras siete películas Godard ya sabe manejar el medio que ha elegido para expresarse. Al fin y al cabo, en un mes produjo, rodó y montó una película que si bien es cierto tenía un presupuesto muy bajo y una línea muy minimalista, sigue siendo sorprendente su capacidad creativa, sobre todo a tenor de su resultado.
Rodada el mismo año que Banda aparte (Bande à part, 1964), Una mujer casada ha quedado como una película menor de Jean-Luc Godard, algo realmente injusto si se tiene en cuenta que en ella se establecen lazos entre su cine anterior y posterior. De alguna manera puede verse como un experimento, como una película realizada para ver qué sucede, qué sale. Pero lo que en otro cineasta podría haber sido un suicidio creativo, en Godard acaba siendo una gran película. Se encuentra en un momento muy fértil de trabajo, donde las ideas se acumulan pasando de unas películas a otras. De hecho, Una mujer casada, en su supuesto aspecto sencillo, plantea ya unas ideas que irá surgiendo en sus siguientes películas y que marcarán la estética de Godard posiblemente hasta Todo va bien (Tout va bien, 1972), algo que constata la importancia de la película. No es demasiado arriesgado el verla de algún modo como un breve ensayo, como una puesta en escena de ideas a través de una línea argumental sencilla, un boceto fílmico que acaba asumiendo personalidad propia. Quizá sea esa sensación de estar ante un proyecto mínimo en medios y concepción lo que haga de ella una película importante, a pesar de estar rodada después de dos películas como El desprecio (Le mépris, 1963) y Banda aparta y antes de Alphaville (Alphaville, une étrange aventure de Lemmy Caution, 1965) y Pierrot el loco, cuatro de sus películas mejor consideradas.
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Una mujer casada puede formar un díptico con Vivir su vida (Vivre sa vie: Film en douze tableaux, 1962) en cuanto al acercamiento a la figura de la mujer y en tanto a la apuesta visual, muy cercana en ambas películas. Sin duda alguna, que Anna Karina no esté presente en Una mujer casada hace que el díptico pierda fuerza, puesto que con ella podría haber adoptado otros sentidos de los que carece, algo que tampoco quita peso a la posibilidad de verlas de ese modo. Al fin y al cabo, en ambas hay una búsqueda en los rostros y los cuerpos, en su presencia ante la cámara, en la fisicidad de los cuerpos en un decorado semivacío o mínimo. Godard usa la técnica cinematográfica para perfeccionarla pero también como vehículo de unión entre los actores y el público. Intenta encontrar la narración no sólo en lo que sucede o se dice, sino también en la propia presencia de los actores, algo que hace de Una mujer casada, entre otros aspectos, una película muy moderna hoy en día, quizá mucho más que algunas de sus más obras más celebradas. La fragmentación del relato, algo ya implícito en su subtítulo (Suite de fragmentos de una película realizada en 1964), ayuda a todo lo anterior, porque a través de la aparente inconexión narrativa existente, Godard logra crear un ritmo diferente donde se atiende a algo más que al simple relato de la vida de una mujer casada en París durante un día, yendo de brazos de su amante a los de su marido para regresar al anterior, no sin antes haberse realizado sendas paradas que intentan configurar a Charlotte, o, como poco, darle un cierto sentido dentro de su propio sinsentido. Parece como si Godard fuera consciente de la imposibilidad de acercarse a ella e intentara, al menos, construirla a base de retazos, de imágenes y palabras sueltas.
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Al igual que Al final de la escapada (À bout de soufflé, 1959), en Una mujer casada Godard introduce momentos donde los personajes hablan a la cámara como si estuvieran siendo entrevistados; hablan y miran a la cámara, y a veces asoma la sensación de que aquello que dicen apenas posee una relación demasiado estrecha con el resto. Del mismo modo que la introducción, como sucedía en su ópera prima y sucederá de manera más acentuada tras Una mujer casada, de elementos iconográficos de la sociedad de consumo, en ocasiones sin un sentido demasiado específico dentro de la narración, pone de relieve el interés de Godard por introducir diferentes niveles expresivos en sus películas, interés que se irá acentuando con el paso de los años de manera patente. Es sabido que todo lo anterior viene del acercamiento de Godard a las teorías de Brecht con respecto al teatro, quien buscaba que elementos como escena, diálogo y música se presentara en la función dejando claro qué era cada cosa, para que así el espectador pudiera analizarlos y, después, reorganizarlos. Es decir, fragmentar la obra para poder llegar a su esencia a través de las partes. Algo así es lo que intenta Godard en Una mujer casada; también, como decía anteriormente, en sus películas posteriores hasta Todo va bien, donde lo experimentado en Una mujer casada asume otras formas, siempre con la obsesión de la iconografía consumista de trasfondo de sus historias a través de la imagen como forma de contextualizar pero también de transgredir. Las imágenes que aparecen en ella a veces vienen a romper la narración, pero en verdad lo que hace Godard es ponerlas de relieve y que de alguna manera sean motivos que ayuden a entender a los personajes, sobre todo el de Charlotte, una mujer a quien observa sin criticar, aunque sí la use para afrontar una mirada más amplia de la burguesía del momento (que en muchos aspectos, sigue siendo la de hoy en día).
En un momento de la película, ella, su marido, un amigo y su hijo se dirigen a la cámara para hablar cada uno sobre un tema. Su marido lo hará sobre la memoria, ella sobre el presente, el amigo (un anciano) sobre la inteligencia, para al final ser el niño quien hable acerca de la infancia. Godard contrasta pasado/presente, infancia/senectud, para poner de relieve como, ya por entonces, el concepto de historia (pasado) se diluía ante una sociedad en cambio donde el presente más acuciante dominaba sobre lo demás. De ahí la referencia directa a Auschwitz para poner de relieve a través del contraste como la sociedad de consumo intentaba borrar por entonces toda atisbo de un pasado doloroso. Cuarenta años después, Una mujer casada puede verse como todo un adelanto de lo que hoy sucede, época en que se intenta borrar las huellas del pasado en aras de una realidad presente que dura cada vez menos y en la que también se intenta borrar todo resquicio que ensombrezca una evolución que tiene más de aparente que de real. Más o menos como sucedía por entonces, sobre todo en la Europa reconstruida tras la guerra, en la que se intentaba olvidar de manera demasiado apresurada.