Broken Rage, de Takeshi Kitano

Cómo tropezar adrede

Broken RageTan revelador como inesperado, el regreso del gran Takeshi ‘Beat’ Kitano supone un evento cinematográfico (o así debería serlo) para todo aquel que se preste a redescubrir a un autor que, a pesar del tiempo y su consideración fútil, sigue conmoviendo e inspirando a partes iguales. Alejado del foco mediático y totalmente desapercibido en el algoritmo de los catálogos de streaming, su nueva película Broken Rage (2024) culmina un ejercicio de síntesis tan burro como fascinante, escenificando la esencia desvergonzada de ese yakuza crepuscular que todavía pervive en la mitología fílmica de su director y la imagen del mismo.

En un primer vistazo, resulta sorprendente la apuesta formal que establece en esta ocasión, sosteniendo una austeridad sobre lo cotidiano diametralmente opuesta a su anterior trabajo, Kubi (2023), film que por aquí todavía sigue sin distribución. Del exceso culminante de una imagen coral recargada por clanes de samuráis y cabezas decapitadas procede una historia de a pie, a tiempo presente, que si bien no encaja en sus mismas motivaciones vitales, podría asemejarse espiritualmente en las rutinas del personaje de Koji Yakusho en Perfect Days (2023). Sin embargo, Takeshi Kitano (o su alter ego fílmico) interpreta al mismo personaje torpe y entrañable de siempre: un criminal venido a menos que tropieza constantemente con una vida que parece hecha al margen de sus interrogantes e intereses. Sin revelar sus cartas, el riesgo de su jugada parece subvertir de nuevo las normas asociadas al subgénero del cine criminal nipón, estableciendo ciertas fugas y rupturas que dialogan con su propia naturaleza ficticia en una especie de díptico tan divertido y libre como deliberadamente original.

Broken Rage

En Broken Rage, el cineasta prioriza ante todo su faceta humorística —indivisible de su figura televisiva—, más próxima a la ligereza de películas tan estimables como Getting Any? (1994) o Ryuzo and the Seven Henchmen (2015). Por otro lado, su voluntaria torsión metacinematográfica hermana la propuesta a su vis más radical y cuestionada, aquella que recuerda a Takeshis’ (2005) o Glory to the Filmmaker! (2007). En esta mezcla de desenfado y transgresión, el tono que emplea hace partícipe al espectador de ese juego absurdo donde se recrea, mostrando sus costuras desde la autoconsciencia de su absurda razón de ser. Del despiporre de unos intérpretes entregados a la causa —al que solo les achaco la ausencia de Susumu Terajima— se alza una obra que funciona como alegato de su propia existencia, en unos términos sumamente particulares que retuercen el marco diegético y se dejan llevar desde la repetición del gag y la complicidad que establecen en su narración accidentada.

Esta curiosa cercanía acartonada dialoga con la propuesta de Minoru Kawasaki, cineasta de culto que pervierte el tokusatsu más cafre desde su propio universo paródico y voluntariamente trash. De una forma similar, también tienen cabida nombres como Hitoshi Matsumoto o Stephen Chow, quienes mediante la comedia descabellada también han interrogado su propia manera de hacer y entender el cine. A su favor, el director de Sonatine (1993) no se jacta solo de la broma o el homenaje —elementos tan válidos como cualquier otra presunción—, pero sí va más allá, algo que ha sido parte de su distinción autoral durante toda su carrera. Si uno piensa en el cine de Takeshi Kitano recordará a ese arquetipo desorientado y ocurrente que suele encarnar en sus personajes, que detrás de una fachada inocente, esconden un corazón inmenso. Algo similar ocurre con sus películas, totalmente ajenas a un esquema previsible, mostrando esos perfiles vulnerables y sumamente luminosos que, a pesar de la circunstancia que les atañe, son capaces de sacrificarse a favor de ayudar a quienes estiman, extendiendo esa particular melancolía que va desde lo imprevisible de sus acciones hasta el recuerdo de las muecas en su rostro.

Broken Rage

Desde luego, Broken Rage no se cimenta en la profundidad de ese poso emocional, pero en su manera de hacer y dialogar con su propio pasado encuentra una alternativa a esa mirada noble y sin prejuicios, acentuada ahora por la reiterativa manera de tropezar una y otra vez. Desde el subtexto, ahí donde rezuma la idea de una película que no parece saber cómo quiere ser abordada, Takeshi Kitano sigue plasmando ese entusiasmo al experimentar los caminos de un cine que se atisba desde la sinceridad de su formulación, tan interesante como agradecido.