Domino, de Brian de Palma

DominoTal y como comenté en el texto acerca de Star Wars, los mocosos de Hollywood de los 70 ya están en estos momentos en esta década de edad. Brian de Palma, tal vez el más independiente de todos ellos, cumplirá en 2020 unos felices 80, precisamente el 11 de septiembre. De Palma se labró unos inicios próximos a la serie B que posteriormente han marcado su carrera, a diferencia de Spielberg, Lucas y Scorsese en sus respectivas aproximaciones al mainstream. Habría que dejar en otro apartado a Coppola, que pagó muy caro sus arriesgadas apuestas fuera de la industria “oficial” y a Schrader a quién inicialmente se consideró sólo como guionista pero que ha desarrollado una carrera en la dirección tan interesante como la de sus colegas.

De Palma ha tenido altibajos, sin ninguna duda. Desde la cult movie El fantasma del Paraíso (Phantom of the Paradise, 1974), la fascinante Fascinación (Obsession, 1976) o las magistrales Atrapado por su pasado (Carlito’s Way, 1993) y Redacted (íd., 2007), nos ha servido grandes obras. Pero también dolorosos pinchazos como fueron Impacto (Blow Out, 1981) o La hoguera de las vanidades (The Bonfire of the Vanities, 1980), por ejemplo. Sin embargo, incluso en sus obras más discutibles, De Palma ha dejado al público con la boca abierta en alguna elaborada set piece, fuera la escena de la escalera en la mediocre Los intocables de Eliot Ness (The Untouchables, 1987) o el accidente en la infravalorada Ojos de serpiente (Snake Eyes, 1998). Sus herramientas, el grand guignol y el montaje paralelo, han sido claves para ello, pudiéndolas lucir en la misma obra en diferentes secuencias.

Domino

Tal vez el fracaso de La dalia negra (The Black Dahlia,2006) una obra que vio reducido en una hora su duración original llevó a De Palma a la sobria y dura experiencia de Redacted (íd., 2007), más un ensayo visual que una película bélica, sobre la violencia de Irak, las torturas y la censura oficial del gobierno EE.UU. Cinco años después de ella, De Palma vuelve con una supuesta historia de pasiones, traiciones, espionaje y asesinatos, Pasión (Passion, 2012), que era, básicamente, un ejercicio de estilo, un juguete con el que desarrollaba una serie de secuencias de suspense que llevaban hasta una suerte de desenlace al que le daba poca importancia.

Serviría todo ello para situar un imprescindible contexto en el que valorar Domino. No estamos ante un fracaso de quien fuera un gran autor, no estamos ante un telefilm en el que De Palma se refugia, sino que estamos ante una modesta muestra de gran cine. De Palma ya ha desarrollado, a estas alturas, buena parte de lo que podía hacer. Y como un abuelo de 80 años ya no encuentra refugio ni en la serie B de los Estados Unidos, pero no se plantea el retiro, opta por una serie B de muy bajo presupuesto en Europa. ¿Qué tenemos en contra? Evidentemente, un presupuesto muy bajo que limita la factura técnica, un casting muy desafortunado y un guion que va poco más allá de la escaleta. ¿Qué tenemos a favor? La competencia de un autor que mantiene el pulso firme para rodar secuencias de acción, en montaje paralelo, sin haber perdido un ápice de su agilidad en puesta de escena y edición.

Domino deviene por ello una paradoja, una película que sería olvidable, pero que contiene un par de las mejores secuencias de suspense de los últimos años. Se inicia como una poco estimulante buddy movie con una imposible pareja de policías en Copenhague, continua con una trama de terrorismo islamista, complicada con dobles agentes y la presencia de la CIA y riza el rizo transformándose en una historia de venganza. El descuido por las secuencias que no le importan a De Palma contrasta con la energía con que rueda las secuencias de acción, la brutalidad implícita, recordando las últimas obras de Sam Fuller, también rodadas en Europa. Y frente a la insuficiencia del conjunto, Brian de Palma presenta secuencias de acción que superan a las de cualquier secuela de Misión imposible (Mission: Imposible, 1996) o thrillers semejantes prescindiendo de grandes efectos especiales o persecuciones automovilísticas. Y lo hace a lo grande, regalándose, regalándonos a los espectadores, dos hermosos homenajes a su admirado Hitch. El primero, con una tensa, muy física, fuga y persecución por un inclinado y resbaladizo tejado a muchos pisos de altura, evitando alargarla en exceso para acercarse más a su maestro. Luego, pasando de Vertigo (1958) a El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1956), combinando ahora tres acciones simultáneas, la del terrorista con la bomba que debe explotar en pleno espectáculo (que nos lleva a Hitchcock de nuevo), la del policía que sigue al resto de la banda y la de los responsables de la detonación. Hay una pugna por el primero con diversos espectadores que le toman por un vendedor ambulante que rehúsa atender a posibles clientes que se le enfrentan, lo que introduce un punto de humor en una cadena creciente de tensión, una duda en la situación de la policía que le sigue los pasos, específicamente acerca de su suerte final, y del mecanismo previsto para el atentado que el protagonista debe abortar en una pelea a puño limpio. A diferencia de una secuencia parecida que aparece en Misión imposible: Nación secreta (Mission: Impossible – Rogue Nation, Christopher McQuarrie, 2014), imitación también de la referida obra de Hithcock, a De Palma no le hacen falta grandes presupuestos ni equilibrios circenses de Tom Cruise para crear tensión con toques de humor negro. Su dominio en el montaje alterno entre una y otra acción marca un punto álgido en su carrera. Finalmente, tras un cortante y fugaz tiroteo, acaba la acción, rematándola con una socarrona burla hacia el Estado USA y las obras de acción (cuando el agente de la CIA encarnado por Guy Pearce se queja que una venganza por amor ha roto su plan y se le plantea cómo conoce tal detalle, él responde simplemente: “Somos americanos, leemos todos los email”)

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Hay, por otro lado, en medio de una trama plagada de lugares comunes, una búsqueda de originalidad que no suele aparecer en obras semejantes. El planteamiento de un atentado retransmitido en directo y difundido en directo a todo el mundo por el propio grupo terrorista es un apunte nada gratuito. Más allá de su dureza o mala intención (una masacre en la alfombra roja de un festival de cine), la idea es perfectamente coherente con la voluntad propagandística de los actuales terroristas islamistas y una posibilidad estremecedoramente realista —como apunte al margen, llama la atención que la mezcla de terrorismo y cine de venganza se daba también en una obra relativamente reciente de otro (no reconocido) Hollywood Brat, Paul Schrader, que a los 70 años abordó el tema en la muy interesante y muy mutilada Caza al terrorista (Dying of the Light, 2014)—.

Es cierto que no estamos a la altura de las obras que cerraron la carrera de grandes maestros, pero Domino no pretende, por fortuna, y según los proyectos anunciados por Brian de Palma, ser un cierre. Y, aunque lo fuera, sería una despedida con una obra menor por la puerta grande.