Festival DA2023. Redentores

The Master Gardener (Paul Schrader, 2022)

Hace ya mucho, mucho tiempo, que Paul Schrader empezara a narrar expiaciones, venganzas y redenciones (o mezclas de todas ellas). Desde los lejanos 70, con sus guiones para Fascinación (Obsession, Brian De Palma, 1974) , El ex-preso de Corea (delirante traducción de Rolling Thunder, John Flynn, 1977; ahora reivindicada por Tarantino) o sus tanteos en la dirección con Hardcore (1979) su carrera se lanzó a una revisión de personajes heridos, amenazados o arrinconados por la sociedad, de modo más o menos justificado, que buscaban reparación o bien reparar el mal que habían producido. Dejando atrás a Scorsese, y con él a Travis Bickle, Jake LaMotta y a Jesucristo, su carrera atraviesa cierto desierto en las décadas siguientes, pese a lucir obras maestras como Posibilidad de escape (Light Sleeper, 1992) o Aflicción (1997).  Tras una década de películas tan irregulares como interesantes (incluida la exquisita The Walker, 2007), Schrader llama la atención hace una década con Caza al terrorista (2014), una cinta de espionaje en la que un agente de la CIA enfermo de Alzheimer (Nicolas Cage) persigue a su némesis, un terrorista también enfermo. La cinta fue masacrada por la producción y Schrader consiguió un remontaje de la misma, Dark (2017), que resultaría una obra tan oscura como su título. En paralelo, llegando a la setentena, arranca una trilogía que inicia con First Reformed (2017), sigue con El contador de cartas (The Card Counter, 2021) y culmina ahora con The Master Gardener (2022). Trilogía denominada de la redención, sus protagonistas (un cura alcoholizado y escéptico de los métodos eclesiásticos, un excombatiente en Irak colaborador en las torturas de Abu Ghraib y un austero jardinero de oscuro pasado) pueden ser los primos del Willem Dafoe de La última tentación de Cristo o de Light Sleeper o del Nick Nolte de Aflicción, todos ellos marcados por una decisión o un cambio de vida equivocados y que tratan de salir del pozo. Hay, no obstante, una diferencia en estos tres últimos casos.  En una trilogía narrada de modo austero, sintético, desprovista de adornos o subterfugios, la desesperación no está subrayada ni acompañada de actitud abiertamente hostil por parte de los protagonistas como fuera el caso de Judas o Wade (el protagonista de Aflicción). Más próximo al Dafoe de Light Sleeper, el cura encarnado por Ethan Hawke en First Reformed, el tahúr que es Oscar Isaac en The Card Counter y, ahora, Narvel Roth, el jardinero interpretado por Joel Edgerton se encierran en sus rutinas y sus espacios de seguridad, cárceles creadas por sí mismos para protegerse de sí mismos.

The Master Gardener se desarrolla a diferencia de las dos obras anteriores de la trilogía de modo predominante al aire libre, en contraste con la reclusión a la que se someten los personajes de las películas previas. Sin embargo, aun reforzando esta sensación de tranquilidad a través de la presentación de flores, plantas y parterres, Schrader marca desde el texto inicial que escribe Narvel cómo los jardines no son en absoluto espacios libres sino que un férreo control determina qué plantas pueden crecer, hasta dónde y junto a qué otras. Hay diversos tipos de jardines, pero incluso el llamado jardín inglés, el wild garden tiene sus normas de intervención y regulación. Es en tal contexto dónde habita Roth, un espacio de apariencia tan bella como escasa espontaneidad, marcado por las normas de la naturaleza y, como se verá pronto, por una sumisión a una ama sureña (una odiosa Sigourney Weaver) que reivindica ley y orden de modo dictatorial según su criterio personal. El azar y una decisión impuesta por la señora determinaran un cambio en la rutina que alterará la existencia discreta de Narvel hasta el punto de desvelar su identidad, como le sucediera a Isaac en la cinta anterior.

The Master Gardener

Schrader enfrenta a sus personajes con sus propias dudas, sus propios demonios, a través de personajes más jóvenes que establecen una relación de familiaridad con ellos, sexual en el primer caso, paterno-filial en el segundo y de romance en el tercero. Una relación que les arrastra a un enfrentamiento consigo mismos y con los fantasmas que les acechan y que se soluciona de modo distinto en cada ocasión. En The Master Gardener todo nos dirige a las explosiones de violencia a las que el autor nos tiene acostumbrados y, sin embargo, la catarsis es limitada, controlada como las plantas de los jardines. A diferencia de la epifanía de First Reformed y del duelo en off de The Card Counter, la resolución que toma este peculiar jardinero es contenida y casi anecdótica, llevándole a una suerte de integración en el paisaje cotidiano. Algunos espectadores juzgaron el final como tópico y blando. Pero, tras tantas explosiones de violencia en su filmografía y acercándose a los ochenta, es absolutamente lícito y coherente que Paul Schrader opte por dar una posibilidad de escape a su nuevo protagonista.

When the Waves are Gone (Lav Diaz, 2022)

Lav Díaz arranca con brío y dominio narrativo su nueva obra. El teniente de policía Hermes Papauran fascina a sus alumnos con la descripción de un caso criminal que ser resolvió azarosamente. Es un profesional valioso, sagaz en las investigaciones y con capacidad docente. Sin embargo, a continuación, la siguiente secuencia nos revela que tal capacidad sirve no sólo para detectar faltas o crímenes sino para asaltar a su pareja y el amante de ésta, en una escena llena de tensión y violencia, en la que Díaz transmite el aire de brutalidad que borra todo rastro de simpatía que pudiera haber surgido hacia el personaje y que ya no nos dejará en toda la película.  Denunciado por ello y apartado del cuerpo de policía, el teniente responde con más brutalidad y se refugia en su pueblo natal. En paralelo, Primo Macabantay, un policía corrupto, emprende un viaje tras ser liberado de la cárcel para vengarse de Hermes, cuya denuncia fue el motivo de su encierro.

Díaz dibuja una Filipinas con escasas esperanzas de futuro. De la narración inicial, en la que Hermes da a entender que la suerte acompañada de dinero o no es suerte o es mala suerte, puesto que la criminalidad no da otras opciones en el país, a la segunda secuencia dónde la integridad del propio Hermes se desdibuja en la violencia de género, el planteamiento no da pie a otro razonamiento. Las declaraciones de Raffy, periodista testigo de las masacres impulsadas por el presidente del país, remachan el clavo. Si en sus obras previas había una clara denuncia del estado de opresión y la supresión de derechos humanos que Filipinas sufre de modo casi continuado, mediada por ejército y políticos (Season of the Devil) o por un dictador asesino (The Halt), alza un dolorido y claro grito hacia la guerra del presidente Duterte contra la droga (de hecho, contra los pequeños traficantes a los que se ajusticiaba en plena calle) y la corrupción policial.

When the Waves are Gone

Hermes y Primo devienen así dos personajes que podían ser intercambiables con los protagonistas de Schrader, en su obsesión por los fantasmas del pasado y su necesidad irrefrenable de acabar con ellos. Hermes, afectado por una psoriasis desencadenada por los remordimientos, por todos aquellos casos de asesinatos que no impidió, se esconde en el espacio de su pasado, que abandonara tiempo atrás, como su hermana le recrimina. Primo, a su vez, es la representación del horror y, como tal, es un personaje grotesco y delirante en su actitud con la gente, en sus amenazas, en sus sombrías maquinaciones, que sigue asesinando de modo impune y gratuito.

Díaz, fiel a su estilo, desarrolla una obra tan apasionante como innecesariamente prolongada (sospecho que las tomas en las que el personaje deja el encuadre vacío no tienen una motivación estética sino pura desidia, evitando trabajo de montaje). Con una duración inferior a las obras previas de su filmografía (supera por poco las tres horas frente a las cuatro horas de obras previas), When the Waves are Gone consigue encarnar en los dos personajes desquiciados, en sus gritos y ademanes bruscos y en los insólitos bailes en los que se exhiben o llaman a la lucha la locura que rige el sistema político y policial del país. A pesar de que las actitudes estrambóticas de uno y otro están en las antípodas de la discreción ejercida por los personajes de Schrader, el enfrentamiento final se acerca curiosamente al que se presenta en The Card Counter con los dos rivales desgastados, apartados del curso de la historia, y enfrentándose con ansia de muerte, ajena y propia. Si la opción de Schrader es buscar la redención para sus personajes, manteniendo un limitado espacio de esperanza, la que Díaz ofrece es una conclusión totalmente desesperanzada que sólo redime a los personajes in extremis sin asegurar que su última acción conlleve una mejor situación a Filipinas.