Especial The Wire
En este Especial The Wire hablamos de la emblemática serie de David Simon y George Pelecanos.
Resulta significativo que una serie con estructura de novelón ruso concebida por una pareja de blancos y desarrollada por un granado puñado de escritores, también blancos en su mayoría, haya conseguido reflejar la idiosincrasia de un determinado sector de la población afroamericana como ninguna otra ficción cinematográfica (pues cualquiera que haya visto The Wire estará de acuerdo en que trasciende ampliamente el formato televisivo en el que se circunscribe). Para percibir con mayor claridad este aspecto específico de la serie no hay más que comparar la visión familiar y cercana que ofrecen Simon y Burns de esos pequeños dealers negros que trapichean en las esquinas, mostrados siempre desde un punto de vista que no juzga sus acciones ni sus motivaciones sino que trata de exponer lo inevitable de sus circunstancias, con la actitud condescendiente y paternalista que se muestra en films de temática similar como, por ejemplo, Los chicos del barrio (Boyz N the Hood, 1991; John Singleton) y Clockers (1994, Spike Lee), realizados por directores de raza negra que reivindican abiertamente el Black Power.
Sin duda, en este sentido The Wire se beneficia (y mucho) del exhaustivo trabajo de campo realizado por David Simon y Edward Burns a lo largo de años de patearse las calles de una ciudad que han aprendido a conocer como las palmas de sus manos y, por supuesto, de una impecable capacidad de observación perfectamente trasladada a la pantalla mediante un verismo expositivo que parte de una precisa representación de los detalles para obtener un retrato global de expansión reticular que remite al realismo practicado por Stendhal, Zola, Balzac o Victor Hugo. En The Wire asistimos, por tanto, a un tipo híbrido de narración que conjuga las principales virtudes del reportaje periodístico y del informe policíaco (ausencia de prejuicios y distanciamiento objetivo con respecto a los hechos que se narran, conocimiento profundo del ambiente retratado, cierta desvinculación emocional y gusto por los detalles aparentemente superfluos) con las de la novela (impecable desarrollo psicológico de los personajes en relación con sus acciones y su conducta, modélica disposición de los distintos estadios del relato dentro de la arquitectura interna de la obra). De esta manera, digresiones, tiempos muertos y conversaciones anodinas se alternan a la perfección con momentos de mayor calado dramático para configurar un complejo artefacto narrativo que marca un importante paso evolutivo en la ficción televisiva/cinematográfica. Esta condición unitaria que caracteriza los diversos estratos, dispuestos a lo largo de los 60 capítulos y 5 temporadas de ese inmenso mosaico que es The Wire, crea un marco isotópico que permite al espectador establecer un potente vínculo con el microuniverso de West Baltimore y las existencias de sus habitantes.